Editoriales de Eduardo Aliverti, Abril 2013-Marca de Radio.(Sábados de 10 a 13, radio La Red)
Otra vez, la antipolítica- 6/4/2013.
Opinar al cabo y aún en medio de una tragedia, del tipo de la vivida por porteños
y bonaerenses, presenta el nada grato desafío de que las
palabras justas o atendibles
que uno pueda encontrar -políticamente hablando- no
choquen contra las lastimaduras,
muchas de ellas terribles, irreparables, de tanta gente. Los
momentos como éstos suelen ser una invitación a desbocarse, y de hecho fue lo
que sucedió. La referencia no alude a las víctimas, que están en todo su
derecho emocional de explotar y agarrárselas con quienes les parezcan. Y
tampoco remite a esos guapos del anonimato que circulan por las radios y las
redes sociales sin parar un segundo, cargados de odio también de modo constante
respecto del tema que fuere y,
siempre, con alguna solución a mano que nunca es otra
cosa que matar a alguien,
putear a la bartola, gritar que se vaya éste, aquél o
aquélla. Las víctimas son gente que
está desesperada y se merece atención y respeto digan lo
que digan.
Los segundos son intelectualmente inimputables y no vale
la pena detenerse
en ellos más que para preguntarse cómo pueden vivir así,
militando en el rencor, ya sea cuando son mosquitos auténticos con nada mejor
para hacer o cuando se trata de operadores de usinas programadas.
Ni a los unos ni a los otros puede pedírseles reposo
analítico.
Pero sí a quienes tienen el compromiso de gobernar. Y a
los comunicadores que deben
producir e informar para, en el mejor de los casos,
juzgar sólo después.
..............................................
Una crítica desleal- 13/4/2013.
¿Cuáles antecedentes habrá de que una medida de Gobierno (no éste en
particular: cualquiera) haya sido cuestionada, desde la
unanimidad opositora, sólo “por
las dudas”? ¿Cuántas veces pasó que sea virtualmente
imposible encontrar una, apenas
una fundamentación técnica para contraponerse a tal o
cual acción del oficialismo de
turno? Pero sobre todo, ¿se tiene registro de que haya
habido alguna oposición de
turno capaz de reconocer que de eso se trata? ¿Admitir
que únicamente es cuestión de
me
opongo porque me opongo?..............................................
No está Tinelli- 20/4/2013
Si la manifestación del jueves fue antigubernamental u
opositora es una discusión
interesante y, más que cuando el 13S o el 8N, vale la
pena prestarle atención. Por lo
pronto, fue casi el único episodio capaz de cambiar el
eje, excluyente, que trazaron los
medios a lo largo de toda la semana. Pero su efecto duró
la cobertura del momento, las
observaciones del día siguiente y las que subsistan hoy y
mañana. Y no es de esperar
que suceda algo diferente tras el fallo por el asesinato
de Mariano Ferreyra, que este
programa abordará en forma particularizada y que anoche
estableció otra breve pausa
en la monomanía de los medios
Estos fueron unos días informativamente muy ricos, en
cantidad y calidad. Sin
embargo, el cambalache en que derivó un informe del
programa televisivo de Jorge
Lanata hizo parecer todo lo contrario. El debate por la
reforma judicial, además de las
intervenciones legislativas durante su sanción, tuvo un
pico a través del cruce entre
Julián Álvarez, secretario de Justicia, y el colega
Horacio Verbitsky, presidente del
Centro de Estudios Legales y Sociales, acerca de cuál
letra sería mejor para precisar el
uso de las medidas cautelares. Mediática, lamentable y
previsiblemente, ese
intercambio de opiniones, sustancioso, fue relegado en
función de determinar si es el
funcionario o el periodista quien mejor expresa los
deseos presidenciales; si acaso
Verbitsky entró en cortocircuito con la jefa de Estado;
si La Cámpora avasalló al
ministro del área, y otras especulaciones que nada tienen
que ver con el fondo de la
cuestión. Hace ya rato que las formas importan más que la
profundidad, debido al
vértigo impuesto por los medios para estimular el poco de
todo y mucho de nada. Si ya
venía siendo así, gracias a la ausencia de
representatividad política conservadora y su
reemplazo por operaciones periodísticas, la guerra de
intereses entre el Gobierno y una
corporación mediática lo acentuó. El fallo de Cámara que
dio la razón al Grupo Clarín,
en su disputa por la ley de Medios, es de una naturaleza
que desafía la posibilidad de
hallarle adjetivos. Cualquiera suena escaso. Una de las
argumentaciones de la
camarista María Susana Najurieta es que proveer de
televisión abierta y servicio de
cable resulta “inherente al negocio”, con lo cual -en
cuanto a sentencia tribunalicia-
probablemente haya establecido un récord de
posicionamiento ideológico. Lo más
panchos, la jueza y sus pares firmantes dicen así que los
derechos de un grupo
corporativo están constitucionalmente por encima de la
administración del espacio
comunicacional común a toda la sociedad. Como quiera que
sea, la cosa terminará en la
Corte Suprema. Y habrá de verse si esa última instancia
también se anima a favorecer
la avidez de una empresa, contra la razón de una ley
votada hace casi cuatro años; que
el relator de las Naciones Unidas para la Libertad de
Expresión, Frank La Rue, calificó
como “ejemplo a imitar para todo el continente y
otras regiones del mundo”; que fue
precedida y aportada por foros de debate en todo el
país.
Mientras tanto, y frente a semejante fallo que alude,
vaya, a los intereses de “la
prensa libre”, cabe preguntarse por chiquicienta vez:
¿esta es la Justicia arrinconada?
¿Este es el periodismo amenazado? ¿Éstos son los graves
riesgos que se ciernen sobre
los cruzados de la ciudadanía independiente? Es de
reiterar que, francamente, estamos
ante una dictadura muy curiosa. Se sale a la calle a
manifestar libremente contra el
Gobierno. Los medios -incluyendo los oficialistas- le dan
inmensa cabida y hasta se
sumergen en cadena nacional, sin ocultar insulto alguno,
sin privarse de dividir la
pantalla para dar cuenta de que la protesta es nacional,
sin carecer de movileros
exasperados. Les acontece el fallo a favor de la
corporación. Tienen todos los fierros a
su albedrío para decir que hay clima de fin de época, que
vivimos en un antro de
corrupción oficial, y antes que Cristina es bipolar, y
entretanto que se sufre un régimen
fascista. No se ha visto -también se dijo y también debe
reiterarse- un grado siquiera
similar a éste, respecto de agresión prosaica o
intelectualizada contra una gestión
gubernamental. En los medios privados desfilan las gentes
cuya comprobación ejecutiva
huyó en helicóptero, las gentes de las recetas liberales
que a la vuelta de la esquina
incendiaron al país, las gentes encausadas que abrazan a
Tribunales, los progres
noventísticamente ninguneados por la prensa a la que
ahora rinden pleitesía, la
izquierda radicalizada que consigue sus dos minutos de
fama con los tipos que los
verduguearon toda la vida. Se juntan el rabino Bergman y
Raúl Castells, Binner y Macri,
Carrió y Solanas, el hijo de Alfonsín con De Narváez. Y
tienen cámara en continuado; y
hablan como si sus gerencias fácticas o de presunto
liderazgo moral no hubiesen
existido, más que para pasar papelones históricos. ¿Qué
dictadura es ésta? ¿Cuál es la
asfixia?
Esa banalidad analítica tiene parangón con lo mediatizado
de la semana. Testigos
que dicen y se desdicen al día siguiente, farandulización
del tema, casamiento entre
frivolidad y corrupción, pruebas truchas,
espectacularizar periodismo de investigación
para que la espectacularidad sea la periferia y no el
centro; animadores televisivos que
se matan entre sí porque cada quien dice que la tiene más
larga que el otro, cuando
todos –quien más, quien menos- responden a los intereses
de la patronal que los
contrata, sin importar si en lo profundo creen algo de lo
que dicen. O si todo lo que
dicen es regenteado por el interés corporativo. Si se
apunta que es el Fariñagate, es
una operación del kirchnerismo para minimizar el caso. Si
se acepta que es el
Lázarobaezgate, o la corrupción K, o algo por el estilo,
hay la duda de si no se entra en
el juego de los intereses de Clarín,porque la
contundencia aportada por un show
televisivo se remite a las declaraciones de unos
perejiles mediáticos, protagonistas de
programas de chimentos. Todo puede ser. Si es por la
evaluación personal, sale decir
que correspondería creerles a todos, no creerle a ninguno
y finalmente sacar las
cuentas ideológicas. Sobre los empresarios amigos y
apañados por el kirchnerismo, se
conoce o se sabe que hay varios (aunque se los marca como
si la oposición proviniese
del sexo de los ángeles, y Macri no estuviera procesado;
y Binner no formara parte de
un partido y gobernación ligados por acción u omisión a
delincuencia policial,
narcotráfico y demases; y los radicales, y los llamados
peronistas disidentes, fuesen
algún ejemplo de incorruptibilidad: escucharlo al
titular del sindicato de peones rurales,
el Momo Venegas, hablando del avance absolutista sobre
las instituciones de la
república, provoca escalofríos). Si el oficialismo no es
justamente una selección de
bibliotecarios noruegos, nadie, que no sea una ameba,
puede engañarse acerca de la
credibilidad total de los comunicadores empleados por los
grupos enfrentados al
Gobierno.
Apartemos, por inútiles, los cálculos numéricos sobre las
marchas callejeras del
jueves. Que si más que el 8N, que si menos, que si esta
vez bastante más en las
ciudades del interior pero bastante menos en la Capital.
Cualquiera sea la cifra de
manifestantes que desee tomarse, no se pueden negar ni su
renovada exposición, ni su
flaqueza política, ni la imposibilidad de que se apropie
o impulse del número alguna
fuerza o figura opositora. Fue, de nuevo, una
demostración muy estimable, que enuncia
el hastío o las ganas de cambio del 46 por ciento que no
votó a Cristina. Y tanto como
eso, reflejado en tanta gente que no disponía de un
orador o declaración de cierre, que
caminaba hacia todas partes y hacia ninguna, que no tenía
un solo mandato unificador,
fue una expresión de impotencia. Porque es eso,
impotencia, que no se esté
enamorado de nada sino embroncado con todo. Fue una
marcha contra el Gobierno y
contra la yegua en particular, ni dudarlo. Del mismo
modo, cada zócalo de la tele, y
cada título de informativo, y cada comentario de los
periodistas opositores, y cada
producción o gesto que venga de ese palo, persiguen
socavar al oficialismo y hay
gente, mucha gente, muchísima, que se ve representada en
esa horadación. Pero
después no sabe a dónde ir. Y si no se sabe a dónde ir,
se termina yendo a ninguna
parte. O a alguna peor de lo que hay. La manifestación
del jueves no había concluido
cuando todos los referentes mediáticos de la oposición ya
estaban despegándose entre
sí. Macri directamente no fue, a pesar de haber
convocado; tampoco De Narváez, que
ni se saluda con el intendente porteño; unos radicales
explícitos y unos socialistas
apasionantes aclaraban que estaban ahí nada más que para
el acompañamiento,
porque de alguna idea concreta mejor ni preguntar. Las,
llamémosle, consignas de la
salida a la calle, volvieron a no resistir un argumento
contrario. Libertad, basta de
corrupción, justicia y prensa independientes, etcéteras,
son un recitado de manuel
escolar. Y entonces no se entiende muy bien de qué hablan
cuando hablan de que el
Gobierno escuche a “la gente”. ¿Qué tendría que hacer
para admitir que escucha?
¿Derogar la asignación universal por hijo para que no
haya más mujeres que se
embarazan por el plus, diría Del Sel? ¿Retroceder con la
ley de Medios? ¿Eliminar las
retenciones agropecuarias? ¿Dar conferencias de prensa? Y
si en efecto hubiera un
empresario corrupto deschavado por un informe televisivo
de un canal opositor, ¿qué
tiene que hacer el Gobierno? ¿Irse? ¿Para que lo
sustituya quién, cómo, cuándo, para
qué? ¿De qué hablan?
Como no hay respuestas ni lejanamente serias en torno de
esa bronca afligida,
dispongámonos, quizá, a que lo vivido esta semana se
convierta en un paisaje cuasi
permanente. Divertirse con la política y putear por
putear. No debe olvidarse que no
está Tinelli
http://www.marcaderadio.com.ar/
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