"Este texto mantiene los lineamientos del editorial del sábado 5 de octubre, pero
frente a la noticia del estado de salud presidencial -junto con las repercusiones y
especulaciones generadas- el autor agregó conceptos tanto en la entrada de la nota
como, sobre todo, en su conclusión". como no salen el el audio se agregan en texto....
El sacudón :
Por Eduardo Aliverti
La salud de la Presidenta conmovió
repentina y dramáticamente a un escenario político que en los últimos días
había registrado una notoria sequía de novedades o grandilocuencias. Tan así
era que se activó el espacio para algunos episodios de relaciones externas.
En las cuestiones de cabotaje, en
efecto, fue bastante poco lo sobresalido. Hubo la admisión oficial de que el
blanqueo de dólares fracasó, a estar por las declaraciones del jefe de la Afip,
que luego fueron retrucadas por el viceministro Axel Kicillof. La lectura fue
que “ganó” Guillermo Moreno, al prorrogarse por tres meses el período de
presentación, en una jugada que más bien semeja a prolongar la agonía. Hubo la
reunión del Consejo Nacional del PJ, que como era de esperar manifestó su apoyo
irrestricto a la Presidenta –con Daniel Scioli a la cabeza–, aunque, salvo por
las afirmaciones contundentes del senador Aníbal Fernández, prefirió eludir las
críticas puntuales a Sergio Massa. Sugestivo. Y los más detallistas habrán
reparado en que Mauricio Macri lanzó 40 proyectos de ley como paquete de fin de
año, muchos de los cuales, y para variar, están ligados al usufructo privado de
espacios públicos. El paquetazo, naturalmente, no fue juzgado como
electoralista. Se interpretó que la movida es por el temor del macrismo a
quedar con una Legislatura antagónica en el resto de su gestión (sería positivo
que se pongan de acuerdo en la conveniencia o no de los cuerpos parlamentarios
adversos al Ejecutivo: si se trata de frenar a los K son una contribución republicana,
pero para gobernar la Ciudad parece que es mejor tener una escribanía
legislativa). La carencia de sucesos relevantes en la actividad casera, de
todas formas, no debe ser usada para minimizar las noticias que predominaron.
El conflicto con Uruguay por la
pastera reapareció con una virulencia cuyas perspectivas de resolución son muy
difíciles de acertar. El “hombre común” y el propio mundillo político y
diplomático quedan absortos frente a la cantidad de datos contradictorios que
unos y otros lanzan al ruedo. Y todo ello sin contar las chicanas de nivel
tribunero que se dispensan entre ambas orillas. Si es por la información que
revelaron las autoridades argentinas, pareciera haber una catástrofe ambiental
en desarrollo o en ciernes. Si es por los argumentos uruguayos, nada más lejos
de la realidad. Acerca de lo primero, cae por su propio peso la pregunta de por
qué se da a conocer recién ahora la documentación que probaría el efecto
gravemente contaminante de Botnia. Argentina contesta que el acuerdo consistía
en notificar, únicamente, de manera bilateral, y que se siente relevada de ese
compromiso frente a la violación uruguaya del convenio. Los vecinos retrucan
que no hay violación alguna; el amigo Mujica se pone de la cabeza; admite que
tomó la medida de autorizar el incremento de la producción celulósica en una
instancia políticamente incorrecta, siendo que Argentina está en proceso
electoral. Y por estos pagos, sin mayor rigurosidad informativa en torno de la
data que pudiera ser real, el periodismo opositor se dedica a abonar la
hipótesis de un aprovechamiento político kirchnerista para levantar cortinas de
humo. Valdría arriesgar que el fondo de la materia pasa por las dificultades a
corregir en el proceso de integración regional. Hace más de 30 años que en
Uruguay es política de Estado plantar árboles con el fin de producir
explotación maderera, junto con la agropecuaria y el turismo como ejes de su
desarrollo o sobrevivencia. Pero es cierto que los países líderes de la región,
Brasil y Argentina, han ejercido un doble comando que ninguneó a las economías
más pequeñas, las dejó sin otra chance que su individualismo productivo,
deshilvanó el Mercosur en provecho de las transnacionales. Los grandotes del
barrio tienen así una alta cuota de responsabilidad en los aprietos de esta
naturaleza, y ahora habrá que ver cómo se sale de éste. Mientras tanto, el tema
sirve para secundarizar otro que adquiere mayor relevancia todavía si se trata
de sacar conclusiones sobre estrategias de Estado y estatura dirigente.
Thomas Griesa, el juez de un
distrito de Nueva York que ya ni siquiera se ocupa de disimular su inquina
contra el gobierno argentino, lanzó una resolución –la tercera en siete días–
para advertir que nuestro país no puede modificar el domicilio de pago de los
bonos canjeados durante la gestión de Kirchner. Dicho de otro modo, se permitió
avisar o ratificar que los pagos de Argentina al 93 por ciento de sus
acreedores, que entraron al canje, pueden ser embargados. Una fragata Libertad
financiera, digamos. La amenaza del juez buitre está seguramente en sintonía
con lo esperable de la Corte Suprema de los Estados Unidos, de nueve miembros,
y presidida por un republicano nombrado por los Bush, quienes también se
encargaron de avalar a otros tres. Hay un par que vienen de Ronald Reagan, uno
de Bill Clinton y apenas dos de la administración actual. Por si poco fuera,
está fresca la actitud de Obama en la reciente cumbre del G-20, en San
Petersburgo, donde impugnó una declaración condenatoria contra los buitres y
hasta se opuso a aceptar el debate. Sobre la vereda de enfrente, cabe recordar
además que Paul Singer, titular del fondo buitre ya ganador en las dos primeras
instancias, es uno de los principales financistas del Partido Republicano.
Singer dirige el NML-Elliot Capital Management; controlador, a su vez, de NML
Capital, el fondo que logró confiscar a la fragata en Ghana. Podría afirmarse,
entonces, que Argentina está sola de toda soledad frente a la presión de
tamaños filibusteros. Respecto de las deudas soberanas hay registrados casi 30
ataques de fondos buitre, que les dieron el resultado de cobrar alrededor de
mil millones de dólares. La mención de la cifra es adecuada, porque sirve para
mensurar que sólo lo reclamado al gobierno argentino (U$S 1330 millones) está
apenas por encima de lo que lograron cobrar hasta ahora en el mundo entero.
Lo más patéticamente reforzado, sin
embargo, es la predisposición del conjunto opositor local a valerse de esta
andanada de la Justicia estadounidense para provocar heridas electorales. Entre
los dirigentes y candidatos propiamente dichos reina desde el primer momento un
silencio de radio elocuente: no sea cosa de quedar pegados a la defensa del
Gobierno aunque esté de por medio la necesidad de respaldar una gesta de soberanía
institucional que, cuando se adoptó y con sus matices, respaldaron
prácticamente todos. El default argentino fue el más grande de la historia.
Pero también tuvo ese volumen la quita obtenida en las obligaciones de pago
externas durante el mandato de Néstor Kirchner cuando, para tantos
desmemoriados, lo acompañaba como ministro de Economía el mismo Roberto Lavagna
que ahora se refugia entre las huestes de Massa y dice que la Argentina se
parece a la Unión Soviética. Sólo la izquierda radicalizada marcó e insiste en
que basta arreglar con un pagadiós contra aceptadores y litigantes porque –qué
más da– la conciencia de las masas anda en punto de caramelo y ya se está al
borde de tomar La Bastilla y el Palacio de Invierno. Lo ostentoso, empero, es
el entusiasmo de los voceros mediáticos de la derecha corporativa. Los fallos
de Griesa son el vehículo para que expresen la ejemplaridad de que estamos
aislados del mundo; de que deberíamos ser como ese Chile que no le trae
problemas a nadie, por más que sus índices de desigualdad social sean
apabullantes; de que somos la quintaesencia de la contradicción entre república
y autoritarismo populista. Justamente ellos, que son la médula del apoyo a
cuanta dictadura quiera recordarse. Hubo un editor, de esa prensa hegemonista,
capaz de afirmar que esto nos pasa porque Cristina es una maleva que se va de
boca. Vizcacha es una semillita en el cotejo con esos comentaristas del fin de
ciclo, y están en todo su derecho de opinar o especular de tal forma.
Lo notable es soportar que vengan a
hablarnos del ágora ateniense como modelo reproducible entre los prohombres de
la argentinidad, que nos salvarán de la decadencia mientras la ley de medios
sea declarada inconstitucional para proteger a los propios, dejen al campo
tranquilo, los menores vayan presos y cuanto más menores mejor, la plata de los
jubilados se quede en una cuenta congelada y la corrupción pueda desaparecer
por arte de magia. Ese montaje de “facilidades” al alcance de la mano sufrió un
brusco sacudón en la noche del sábado, cuando se dio a conocer el parte sobre
la salud de Cristina. El ojímetro y el chequeo periodístico elemental
determinaron en ese mismo momento, y durante toda la jornada de ayer, y en las
redes sociales, y desde ya que en los editoriales dominicales, la percepción
–por un lado– de casi el deleite de los personeros y grupos que militan en el
odio. Ya se permitieron hablar de una Presidenta con reasunción dudosa, del
corrupto que quedará al frente del Ejecutivo, de que es sospechable un
movimiento K para victimizarse, del modo en que ocultan información. Se
facultaron, incluso, para relacionar la “colección subdural crónica” con el
diagnóstico de desorden mental que, tras las PASO, le fue dictaminado a la
mandataria desde el saber periodístico. Pero, por otra parte, hay tantos,
muchos, de quienes frente a circunstancias como ésta (re)toman nota del valor
de una jefa de Estado que –al cabo de los debe y haber que se juzguen– continúa
erigida como una figura imprescindible para sostener no ya un modelo o relato sino la
gobernabilidad misma, con firmeza de
carácter.
En otras palabras: yegua, kretina,
autoritaria, chorra, bipolar; o sorda ante los consejos, solitaria,
desconfiada, abrupta. Pero que no le pase nada.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario